19 de abril de 2025.-(The New York Times) Después de cenar en el Bull Bar and Grill de la pequeña ciudad finlandesa de Rovaniemi, Mariel Tähtivaara, estudiante de Derecho, entró en un supermercado para comer un postre.
Mientras miraba los mousses de chocolate, se le acercó una mujer bajita de pelo oscuro que movía un cartón de leche.
“Perdone”, dijo en inglés con acento español o quizá italiano. “¿Puede decirme si esto tiene lactosa?”.
Tähtivaara revisó la etiqueta —en finés— y le dijo que no.
Luego, mientras Tähtivaara avanzaba por el pasillo de las galletas, un hombre con su mujer y su hijo pequeño, inflados con pesadas chaquetas de vacaciones de invierno, levantó un paquete de galletas.
“¿Estas tienen queso?”, preguntó el hombre.
Tähtivaara vio a más turistas con trajes de moto de nieve merodeando junto al cajero. Antes de que pudieran establecer contacto visual, salió de allí.
“Estaba pensando: aquí vamos otra vez”, dijo.
Eran pequeñas imposiciones, pero ya era suficiente. Si eres rubio y, por tanto, identificable como probable nativo de Rovaniemi, apenas puedes caminar por un supermercado durante la temporada turística. Y todo es culpa de Papá Noel.
La ciudad natal de Papá Noel
Una simple idea de mercadotecnia, inspirada en una entrañable fantasía infantil, ha convertido una pequeña ciudad situada al borde del Círculo Polar Ártico en un lugar casi inhabitable para muchas de las personas que viven allí. Y no se trata solo de los turistas con preguntas en el pasillo de los lácteos o las galletas. También son los ruidosos Airbnb, la creciente escasez de viviendas, las aceras tan abarrotadas que no dejan caminar por ellas sin chocar con la gente, y los portazos de los coches en mitad de la noche.
Y todo empezó cuando los nazis llegaron a la ciudad.
A principios de la Segunda Guerra Mundial, Finlandia se alió con los nazis, quienes construyeron una gran base en Rovaniemi, un nudo ferroviario de Laponia. Pero en octubre de 1944, los nazis estaban perdiendo y el Ejército Rojo soviético marchaba hacia Europa Oriental. Como una suerte de recuerdo para los finlandeses y los rusos, los soldados alemanes quemaron Rovaniemi hasta los cimientos durante su retirada.
Eso dejó un lienzo en blanco. Así que, tras la guerra, Finlandia pidió a Alvar Aalto, el célebre arquitecto finlandés, que rediseñara la ciudad. Aalto, conocido por sus audaces iglesias, salas de conciertos y taburetes de cocina, tuvo una idea: ¿por qué no rehacer la ciudad en ruinas en forma de cabeza de reno, con las carreteras periféricas sobresaliendo como cuernos, para honrar la conexión de la zona con la cría de renos?
Aalto llegó en el momento oportuno. En ese momento, el gobierno estaba promocionando Finlandia, por encima de los reclamos rivales de Dinamarca, Noruega, Estados Unidos y Groenlandia, como el verdadero hogar de Papá Noel. Pero Papá Noel tardó algún tiempo en hacer su entrada.
En 1984, justo después de Navidad, un misil soviético, lanzado desde la fronteriza Rusia, falló. Se clavó en un lago finlandés helado, a pocas horas en coche de Rovaniemi. Periodistas y funcionarios internacionales acudieron en masa a buscar trozos del misil. El director de la oficina de turismo de Rovaniemi ideó un astuto plan: enviemos a Papá Noel al lugar del accidente.
Las fotos de los archivos finlandeses muestran a un hombre con un traje rojo y un sombrero de pie en el lecho de un lago helado, junto a restos destrozados de un misil, y hombres con gorros de piel sonriendo con satisfacción detrás de él.
Unos meses más tarde, en junio de 1985, se inauguró la Aldea de Papá Noel a unos ocho kilómetros al norte del centro de Rovaniemi. Empezó modestamente: solo había una vieja cabaña de madera y algunas tiendas de recuerdos.
El negocio empezó a crecer lentamente. Al principio, la mayoría eran finlandeses.
“Era muy tranquilo”, dijo Tähtivaara, quien lo visitó de niña. Recordó cuando iba en moto de nieve, deslizándose por una interminable llanura blanca.
“Y no había otras personas”, dijo.
Pero Rovaniemi sabía que tenía algo entre manos. En 2009, la ciudad se registró como “Ciudad Natal Oficial de Papá Noel”. Y la zona tenía otro gran atractivo: las auroras boreales. La Alta Finlandia es un lugar excelente para divisar el raro verde, a veces incluso morado, de la aurora boreal que se extiende por el oscuro cielo invernal. El complejo industrial de Papá Noel se puso en marcha.
Los operadores turísticos importaron todo tipo de cosas que no eran autóctonas de Laponia, pero divertidas de todos modos: trineos tirados por perros, iglús, un bar de hotel hecho de hielo. La temporada navideña también creció. Ahora se extiende de octubre a finales de marzo. Y la ciudad empezó a cambiar, muy deprisa.
Conociendo al protagonista
Cuando volé al aeropuerto de Rovaniemi a finales de febrero, lo primero que vi fue un cartel que decía: “Bienvenido a Laponia. Tu búsqueda de Papá Noel empieza aquí”.
La terminal estaba abarrotada de gente con chaquetas esponjosas y botas de nieve. El aeropuerto tuvo una gran ampliación hace unos años y ahora recibe vuelos directos de Madrid, Düsseldorf y otras decenas de ciudades, e incluso vuelos chárter de Medio Oriente. Podía oír hebreo, hindi, turco, español, un montón de lenguas del mundo.
Al salir, agarrando la gran llave de plástico de un coche con clavos de hielo en los neumáticos, me sorprendió el poco frío que hacía. Estaba en el borde del Círculo Polar Ártico en invierno, y ni siquiera hacía frío. El cambio climático se está produciendo aquí cuatro veces más rápido que en el resto del planeta, haciendo que todas las estaciones se vuelvan locas.
En el pueblo, vi una pequeña cabaña roja con un cartel de Papá Noel, lo cual me confundió porque sabía que su aldea estaba un poco más al norte. Entonces me di cuenta, en letras mucho más pequeñas, de que se trataba de la “oficina municipal” de Papá Noel. Una cálida luz amarilla seguía encendida. Abrí la puerta y lo encontré esperando.
Los responsables de turismo de Rovaniemi están asombrados por la cantidad de gente que viene a verlo. Sanna Kärkkäinen, directora gerente de Visit Rovaniemi, la oficina de turismo local, dijo que cada año desde la pandemia, el número de visitantes había alcanzado un nuevo pico. En 2024, la ciudad tuvo 1,5 millones de estancias, más del doble que hace 10 años. Esto en una ciudad con 60.000 residentes permanentes.
“Es una especie de crecimiento sobre crecimiento”, dijo.
El turismo genera más de 400 millones de euros (más de 430 millones de dólares) al año, añadió Kärkkäinen, y da trabajo a casi 2000 personas.
Me identifiqué ante Papá Noel como periodista visitante, pero no le pregunté su nombre real porque no me parecía correcto. Papá Noel, deseoso de charlar, compartió algunas de las cosas que habían ocurrido en su pequeña cabaña roja.
“Una vez”, me dijo, “había unas jóvenes que querían hacer una película para adultos. Pero, ¿cómo iba a hacerlo?”. Miró hacia una ventana con vistas a la calle. “Quiero decir, vamos. La gente puede ver aquí adentro”.